viernes, 27 de julio de 2007

EL CAMINO MÁS CORTO Y MÁS FÁCIL

Libro: EL CAMINO MÁS FÁCIL
Autora: Mabel Katz


Dios sólo pide que cuidemos muy bien de nosotros mismos y que digamos “lo siento”.

Dr. Ihaleakalá Hew Len

Cuando desperté y empecé mi búsqueda, probé diferentes formas y caminos para llegar a la verdad, pero cuanto más probaba, más sentía que algo adentro mío decía que tenía que haber una forma más rápida y más fácil. Cuando por fin llegué al Ho’oponopono, no me di cuenta enseguida de que la había encontrado. Pero pasó el tiempo, y un día tomando una clase con mi maestro Ihaleakalá, sentí en el alma la inconfundible certeza de que esto era lo que había estado buscando. Ya no necesitaba nada más. Gracias a Dios, mi búsqueda había concluido. Primero y principal, descubrí que no necesito ni dependo de ningún gurú. Puedo realizar el proceso sola, pues me comunico directamente con la divinidad, sin intermediarios. Lo único necesario es limpiar y borrar (perdonar). El resto se deja en manos de Dios. Mientras me ocupe de borrar y limpiar (perdonar) no tendré por qué preocuparme. Dios se encarga de colocarme en el lugar correcto a la hora perfecta. Mientras yo esté borrando, habrá alguien que me estará cuidando. Yo no necesito hacerlo.

En este capítulo final, deseo resumir los puntos principales del Ho’oponopono, la sabia doctrina ancestral que me ha otorgado las herramientas que han cambiado mi vida. Estos conceptos son muy simples. Lo único que la divinidad nos pide es que asumamos plena responsabilidad, pidamos perdón y cuidemos muy bien de nosotros mismos. ¡Eso es todo!

El asumir el 100% de nuestra responsabilidad es el camino más corto. Cuando nos damos cuenta que sólo son “nuestros programas” los que no nos permiten ver las cosas con claridad, dejamos de culpar los factores externos y decidimos tomar responsabilidad, las puertas del paraíso se abren para nosotros y alcanzamos un estado de infinitas posibilidades. En cambio, cuando estamos enojados con alguien o por algo, perdemos nuestra libertad. Nuestros propios sentimientos de odio nos condenan y atan. Somos esclavos de ellos. De este modo sólo nos dañamos a nosotros mismos. Podemos liberarnos a través del perdón. El perdonar forma parte del camino más corto y más fácil. Pero no es necesario hablar con nadie para informarle que lo hemos perdonado. Éste es un trabajo interno. Es un proceso que se da entre nosotros y Dios cuando decimos: “Divino creador, perdóname por aquello que está en mí que ha creado esto”.

En mi caso, por ejemplo: no es que ya no me enoje; no es que ya no reaccione o no tenga problemas. La enorme diferencia es que ahora mi enojo dura unos pocos minutos hasta que regreso a mi centro, me acuerdo y tomo conciencia. Entonces me digo a mí misma: “Esto lo estoy creando yo, son mis pensamientos del otro. Es producto de mis programas, mis grabaciones, mi percepción. Yo puedo borrarlo”. Este simple proceso me da una tranquilidad que no puede describirse con palabras. ¿Por qué? Porque no quedo atrapada en pensamientos tales como: “¿Cómo es que me dijo esto? ¿Cómo me hizo eso?”. No espero que la otra persona cambie, reaccione de una forma determinada o haga algo específico. ¡Qué alivio! No dependo de nada ni de nadie afuera de mí. Tampoco me impongo la necesidad de ser perfecta, ni de agradar a todo el mundo. No necesito convencer a nadie sobre mis puntos de vista. Aprendí a respetar y reconocer que todos tenemos libre albedrío y no todos elegimos lo mismo. Sin embargo, esta realidad ya no me causa ansiedad. No hay problema. El bien y el mal son parámetros que creamos en nuestra mente. Mientras nos amemos y cuidemos a nosotros mismos, amaremos y cuidaremos a los demás.

Entonces, ¿cuáles son las claves de este proceso liberador?

Primero y principal es necesario tomar plena responsabilidad de nuestras vidas. Debemos aprender a decir: “Lo siento, perdóname por aquello que está en mí que ha creado esto”. De este modo tomamos responsabilidad y desde ese lugar nos perdonamos a nosotros mismos. Como tenemos recuerdos en común, basta con que uno tome la responsabilidad de pedir perdón para que esos recuerdos se borren de uno y de los demás. Sin embargo, es esencial recordar que cuando hacemos esta limpieza, la hacemos por nosotros, no por los demás. Hemos venido para salvarnos a nosotros mismos y a nadie más, pero lo hermoso de este proceso, es que nos beneficiamos todos.

También es necesario entregarse y aceptar que el intelecto no conoce la esencia de la realidad, pero que hay una parte nuestra que sabe lo que es mejor y cómo hacerlo. Si permitimos que lo haga, esa parte que sabe nos guiará para encontrar la solución perfecta y correcta para nosotros.

Y lo más importante para experimentar el resultado de esta “limpieza” es hacerlo todo el tiempo como la respiración. ¿Saben lo que pasa si nos olvidamos de respirar? Lo mismo pasa con esta limpieza. Hay que hacerla todo el tiempo. Por supuesto que somos humanos y que muchas veces nos olvidaremos. Otras veces no podremos evitar el reaccionar. Lo esencial es practicar este método lo más posible, inclusive cuando parece que no está pasando nada, o que uno no tiene ningún problema. ¿Por qué? Porque la mente toca las grabaciones todo el tiempo. Repite permanentemente los programas que tenemos grabados aunque no estemos conscientes de ello.

Por suerte, siempre tenemos la posibilidad de estar borrando. De esta forma damos permiso para que aparezcan en nuestra vida nuevas ideas y oportunidades. Muchas veces, éstas vendrán de los lugares y las personas más inesperados. Es necesario practicar, practicar y practicar. Durante toda la vida hemos practicado el reaccionar y el sufrir. Hemos incorporado la reacción y el sufrimiento tan profundamente que lo hacemos de forma automática. Somos expertos en, y hasta diría casi adictos a, esta forma de existir. Al principio la limpieza puede parecer algo difícil; pero luego se incorpora en la vida diaria como la respiración y se usa automáticamente porque uno empieza a sentirse diferente y a ver los resultados. Uno empieza a notar cambios en su vida. Empieza a experimentar una profunda paz interior.

Es esencial no tener expectativas. El secreto es estar abierto y flexible, porque nunca sabemos de dónde va a venir lo que recibiremos. Debemos confiar que vendrá lo correcto para nosotros. Tal vez no sea lo que esperábamos, pero será lo apropiado. Esto no es porque no nos escucharon, porque es una prueba o porque no lo merecíamos. Debemos permitir ser sorprendidos por el universo. De ese modo recibiremos dones inimaginables. La ley del universo es que si pedimos algo, se nos otorga. El universo debe responder. Es necesario pedir y dar permiso. Una forma de pedir es usando las herramientas del Ho’oponopono. Pero debemos desapegarnos del resultado. Esto se logra sabiendo y confiando que nos llegará aquello que es correcto y perfecto para nosotros.

Ahora bien, existen herramientas muy concretas para borrar los programas que repite nuestra mente. Una de ellas es repetir mentalmente y en voz baja: “llave de la luz, llave de la luz, llave de la luz”, todo el tiempo. Con esta frase, metamórficamente “apagamos” el interruptor de nuestros programas.

Muchas veces la gente me dice: “¿Cómo puedo prestar atención cuando la gente me habla, si estoy pensando: ‘llave de la luz’?”. En primer lugar, vale la pena recordar que la gente casi nunca dice lo que realmente quiere decir. Si alguien nos cuenta su problema, sólo lo hace para darnos la oportunidad de borrar y limpiar las memorias que tenemos en común. Recordemos que sólo son nuestras pantallas, nuestros monitores. La próxima vez. Antes de reaccionar, antes de dar un consejo o una opinión, pensemos: “llave de la luz”. Es muy probable que acabemos diciendo justo lo que la persona necesitaba escuchar en vez de lo que nosotros pensábamos que necesitaba escuchar. Muchas veces ni siquiera es necesario hablar, contestar ni decir nada para que la persona termine sintiéndose mejor o acabe encontrando sola, de forma milagrosa, la solución a su problema.

Llave de la luz es la contraseña. Cuando estoy preocupada por mis hijos, ansiosa por el dinero o resentida con alguna persona, no dejo que mi intelecto se interponga y empiece con el cotorreo. Sólo repito mentalmente: “llave de la luz, llave de la luz, lleve de la luz”.

No tengo la menor duda de que funciona, pero es importante recordar que si decidimos probar, pueden pasar cosas diferentes en el caso de cada persona. Tal vez veamos los resultados inmediatamente. Tal vez lleven un poco de tiempo. Tal vez no nos “demos cuenta” de nada hasta mucho después de que haya pasado.

Otra herramienta para limpiar es repetir: “azul hielo”.

Una vez le dije a mi hijo Lyonel, de 16 años, que cuando se lastimara podía simplemente pensar: “azul hielo, azul hielo”. Un día estábamos desayunando y me mostró que se había lastimado. Le pregunté: “Lyonel ¿usaste el azul hielo?”. Su respuesta fue: “Sí mami ¿y sabes qué? Cuando me siento frustrado o angustiado también lo uso y me tranquiliza mucho”. En ese momento recordé que el azul hielo se puede usar para cualquier tipo de sufrimiento, tanto físico como emocional.
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